Características de libro
El péndulo de cal, de Alondra Berber.
Ciudad de México, Primera edición, 2013.
Editorial Verso Destierro
Ilustración de portada: Rody Salinas.
1000 ejemplares.
Comentarios sobre el péndulo de cal
Me encantaría ser
poeta, pero indagar desde el garabato, sumergirme en sus pliegues para
encontrar la palabra exacta, nunca se me ha dado. Yo
apenas tecleo sujetos muertos, verbos que laceran y
predicados ensangrentados. Por eso, en
un principio, pensé
que Diana se había vuelto loca cuando me escogió como el
padre de éste,
su primer hijo. Un
hijo que nació poeta en los tiempos del cuerno de chivo.
Confieso que esperaba
un libro escrito
para poetas, uno de esos que busca agradarle a los intelectuales fanáticos del
verso abstracto. Es bueno saber que me equivoqué. El péndulo de cal es poesía
popular y eso, supongo, le regresa a la poesía su sentido original. En otras
palabras: Diana embona su sufrimiento y su coraje con los dolores y la rabia de
muchos que se han visto lastimados por esta guerra que
no es contra, sino por las drogas.
Podría decir que El
péndulo de cal, como todo libro de un poeta, conserva ciertos instantes y los
prolonga. Podría decir que recrea las preocupaciones ontológicas de la
humanidad, que
galopa entra las profundidades de la memoria y del corazón, o que es como un
caracol o una serpiente. Incluso
podría decir que Diana transita
por las tonalidades del verbo, quizá porque el verbo es el que dice, hace y
sucede, y aquí el verbo lo pronuncian los narcos en
las decisiones de la muerte o el
verbo se tambalea bajo las balas. Prefiero,
sin embargo, quedarme
con la idea que cada poema me reafirma al
leerlo: El péndulo de cal es el
rosario de una viuda que, en vez de tragarse el luto a palo seco, ha decidido contarlo para
que éste adquiera alma en los oídos de quienes lo lean.
Diana no se muerde la
lengua. Delatar su adolorido amor es, en la guerra de los setenta mil muertos,
en la guerra de los diez o veinte mil desparecidos, una manera de llorarle a
quien para la prensa fue sólo un pinche un gatillero, un poeta de la muerte. Un
hombre que hacía del crimen una de las más bellas artes. Mataba, cierto. Y
por eso, también, lo mataron. Kafer era
un bandido con todo el alma. Me
habría gustado preguntarle a Kafer dónde
aprendió todo lo que sabía a sus veintidós
años. Seguro me habría dicho que la patria, que el gobierno, lo despojó de todo
y sólo le enseñaron lecciones amargas. Diana, en las mismas circunstancias de
miedo, opresión y persecución, quizá también pudo haber sido bandolera. Pero es
poeta. Y de las buenas.
Alejandro Almazán,
periodista y escritor.
El péndulo de cal es un poemario que oscila
entre la repentina sensación de vértigo y el cadencioso, pero siempre terrible
devenir de un paraíso mexicano hecho de podredumbre. Es fácil notar, en una
primera aproximación a estos versos que, extraña mente hermosos, han sido elegidos por la Muerte para dar voz a
esas “certezas mansas” que hacen de la lectura un lúdico laberinto de oscuros
movimientos y ritmos luminosos, que del más atrevido sobresalto pueden
llevarnos hasta un complejo pero apacible erotismo impregnado por insólitas
imaginerías. La iniciación en las letras de Alondra Berber es una asechanza de
ideaciones desgarradas, un órfico deambular entre las más telúricas
fantasmagorias del amor.
José Miguel Lecumberri, poeta.
El péndulo de cal: oscilación entre víctimas y victimarios.
Hablar de poesía escrita por mujeres,
inevitablemente conlleva a mencionar una posición de género. Es cierto que el
mundo literario para las mujeres, por ejemplo,
en la época colonial había sido reducido al trabajo epistolar o la
autobiografía, también la temática se vio limitada a describir temas
religiosos, actividades domésticas y “tradicionales” que reflejaban el papel
que las “mujeres” debían cumplir, es decir, tras la llegada de españoles el
papel de la mujer fue perfectamente definido como objeto de intercambio, de
deseo, cuidadora, una figura servicial: un objeto, pasividad.
Con agrado puedo observar que libros como “El
péndulo de cal”, de la poeta guerrerense Alondra Berber, ha trascendido en este
aspecto, y en su primer libro publicado se arriesga con
más de 60 poemas que sobresalen por su confección, por la exactitud de recursos
estilísticos y tratamiento temático, no se trata de un libro encriptado o
escrito para un grupo selecto de exquisitos lectores: el universo de palabras
que se generan dentro de las páginas surgen de forma natural, lo cual permite
un acercamiento instantáneo entre el lector y los poemas, cosa que en ocasiones
es difícil de lograr. Las figuras femeninas toman papeles protagonistas dentro
del “Péndulo de cal”, se habla en primera persona, se aleja un poco de temas
cliché como el reconocimiento del cuerpo femenino, al amor idealizado, la
maternidad. Los poemas son cortos, de versos contundentes, breves. Los puntos y
seguido entre ellos proporcionan un dramatismo ideal en su construcción. En
cuanto a la estructura general de la obra, la poeta apuesta por la interacción
del libro como objeto, ofreciéndonos para su lectura en primer lugar un orden
lineal y consecutivo de los poemas; después, nos sugiere la división del libro
en tres historias en un orden distinto. Sea cual fuere el orden en que se
inicie, lo importante es la unidad que se logra, es decir, el lenguaje se
mantiene en un nivel constante y el tema se mantiene sin repetirse durante
todas las páginas.
En este sentido, Berber permite observar una
apertura hacia temas que suelen considerarse violentos y por lo tanto,
masculinos, como lo es el narcotráfico y el microcosmos que existe a su
alrededor. Si bien, este tema ya ha sido abordado tanto en narrativa como en
poesía, incluso por contemporáneos de la misma poeta oriunda de Guerrero, nos
queda claro que todo arte no puede desligarse de su contexto histórico. Es inevitable que los poetas tomen
referencias de un mundo que les sumerge o ahoga, de una realidad que está
presente no sólo para ellos de un modo particular, sino que afecta incluso el
tejido de una sociedad, por lo que la poesía se vuelve un vínculo que permite
un respiro, un instante luminoso de reflexión, conectando a la palabra con el
imaginario colectivo. De este modo, más allá de hablar de un tema que podría
llamarse “de moda”, me refiero al tema de los ejecutados, niños sicarios por
ejemplo, hablamos de una realidad que se vive con más crudeza como una herida
que se ha infectado desde hace poco más de un sexenio, y que ningún mexicano
puede negar, independientemente de su situación económica o geográfica. El
mundo y la forma en que se relacionan las personas ha cambiado, la sensibilidad
ha cambiado y por lo tanto las prácticas sociales también. Entonces, hablar de
temas clásicos, quiero decir, simbolismos inscritos en la mitología griega o
cristiana, o intertextualidades literarias que normalmente parecen ser tabla de
salvación para la poesía, el día de hoy no son suficientes. No podemos cerrar
los ojos y decir que el mundo es rosa, que aspirar a lo bello, lo verdadero y
lo bondadoso a través de imágenes bellas harán cambiar esta realidad que duele.
“Sé bien qué es la muerte, / la he sentido adentro,
arrodillando mis miedos, / la he visto en las calles, azotando / a los que amo.
/ Poder. / El juego de los Dioses Falsos. / El resplandor del consumismo en las
pupilas del pueblo. / Nubes de humo entre los perros de arriba y nosotros / La
alienación festiva / de la telenovela y la droga. / Ideología de la estupidez”
Hay que empezar por admitir que hay otras muchas
realidades que conviven, que están presentes. La violencia en las calles ha
sido ya tratada en otras ocasiones como mencioné anteriormente, pero qué hace
diferente el libro que la poeta Alondra Berber nos pone sobre la mesa. Reitero,
hay que decir que este libro es como escuchar las paredes gruesas que durante
el día acumularon los ruidos de un mundo violento y que durante la noche, estas
mismas paredes responden y repiten el instante aterrador de la muerte: ver
morir al ser querido constantemente, un flashback en cada muerte que parece más
irreal que la anterior. Y un ser querido también puede ser un victimario, un
motivo interesante para mostrar una poesía cargada de emotividad, metáforas e
imágenes poderosas, dando, dentro de lo terrible del tema, una frescura en el
tratamiento del mismo, como queda escrito en el primer poema de la sección
¿Dónde estaba dios a las seis de la mañana?:
“Lo miré llorar, / supe que en sus ojos las
lágrimas existían, aunque todos dijeran que estaba seco. Le dolía ser quien
era, no tener / un mundo a donde volver. / “Es un asesino” reclamaban, / si me
aproximaba decidida, / un asesino si me distanciaba hipócrita. / Un asesino
siempre, sin descanso”
Ahora bien, este no pretende ser exactamente un
libro de denuncia, es, más bien un libro que muestra una radiografía precisa y
exacta de lo que podría ser una sociedad acostumbrada a la violencia, pero que
no por ser un paisaje común, deja de doler y conmover para todas las voces que se entrelazan y de algún modo
piden ser escuchadas en esta edición. De este modo, Alondra Berber nos permite
oscilar entre la óptica de la pareja de Kafer, el joven narcotraficante de
veintidós años que es ejecutado frente a ella, o las escenas de las madres que
buscan a sus hijos desaparecidos, o de la tortura de los que no van a delatar a
su amigos. Oscilar es la clave, en cualquier momento la víctima puede ser
victimario o viceversa. Queda claro que lo único que no existe es justicia.
Dice el poema V de la sección El cuerpo de mi ángel está lleno de balas:
“Cada muerte en el periódico es la suya, cada viuda
gimiendo de rabia, junto a los acribillados y el fotógrafo del periódico. Los
perros no ladran cuando pasa la muerte, Todo está en silencio. Nadie anuncia
que estamos en la mierda”
Péndulo de cal, es un ejemplo de oficio poético
logrado, una estética que arriesga por un tema cercano y potente, basta una
ojeada a cualquier página para –por desgracia- encontrar reflejada la historia
de nuestras calles, un dolor que todos conocemos, que todos padecemos. Un
poemario lleno de voces reales, un libro provocador que hace falta ser leído
con detenimiento, más allá de las envidias que pueda generar la voz genuina de
una joven poeta.
Estephani Granda Lamadrid,
editora.
Grata sorpresa el leer tu obra, me encanta la
forma en que manejas los tiempos, la construcción de tu personaje, el relato de la violencia criminal, el
análisis sociológico sobre el origen de la violencia, pones tu poesía al
alcance de todo lector, la oportunidad del contenido, el manejo estético
del idioma, la participación de Alejandro Almazán, el contenido social del
mensaje. Rescatas en tu obra la tradición oral
de un pueblo, manejas el lenguaje en
forma coloquial en tu poesía, estamos
representadas las víctimas de la violencia, abres la memoria colectiva, encarnas
los sentimientos de una sociedad, llevas
implícita el dolor y la rabia contenida, la violencia sin fin, la imagen de la
vida, la rabia, el remordimiento, la muerte, la descomposición social, la
barbarie, la tortura, las infancias robadas, los sueños rotos, la represión, el
suicidio, la parte médica del forense, etc. Obra rica en alcances y contenidos.
Raúl Sendic, periodista.
Te
felicito por tu libro. Lo leí y creo que eres una mujer con una gran
sensibilidad, has podido captar el mundo emocional y la psique de aquellos
protagonistas. Víctimas y victimarios que participan en una oleada vertiginosa
de ideas atemporales. En donde existen los sentimientos más opuestos, pero sin
duda los más humanos. El péndulo sin duda oscila rápidamente en tus poemas, que
mezclan la belleza de las palabras y la crudeza de la realidad que describes.
Puedo decirte que soy amante de la poesía clásica y amorosa, pero me has
mostrado una extraña y nueva forma de describir los hechos, que me ha
sorprendido. Mucho éxito para ti, aunque sé que sin duda, no es lo que más te
preocupa, porque ya lo tienes. Saludos afectuosos. Dr. Marco Antonio Jiménez.
Patólogo de Cancerología. Dios te bendiga por la gran labor que haces.
Marco
Antonio Jiménez, médico.