lunes, 2 de enero de 2012

Detrás de los barrotes. Por Eduardo González.



Fuente: Blog notimporta.com

Es una pequeña habitación con un color gris que mitiga cada chispa de emoción y  una ventana por donde se escapa toda esperanza de libertad. Reposaba en un colchón sucio y maltratado por el uso, cuando mi compañero de celda me pregunta con curiosidad “¿Por qué tu estas aquí?” En ese instante mi mente viajó, recordé todos aquellos sucesos que me llevaron allí.
Yo era un simple y orgulloso jefe de familia con una hermosísima esposa y un solo hijo llamado Logan. Eran mi razón de ser, la luz que alumbraba mi camino, era capaz de hacer todo por ellos. Trabajaba como gerente de un banco en el cual tenía acceso a la caja fuerte y cada mes la cambiaba por seguridad.  Nuestra vida era perfecta, no teníamos inconvenientes y teníamos todos los lujos que deseáramos. En un abrir y cerrar de ojos todo cambió, las acciones del banco bajaron y perdí mi empleo. La necesidad era demasiada, comenzamos a llenarnos de deudas. Busqué empleo por todas partes pero siempre me decían “No hay nada las cosas están malas”, ya no tenía ninguna fuente de dinero. Una de las tantas noches de las cuales no podía dormir a causa del agobia miento de las preocupaciones, decidí despejar mi mente por un momento y observar por la ventana para contemplar la noche. Nunca había visto una noche tan hermosa, la luna llena era de color amarillo naranja, parecía que me encontraba en otro planeta. No se veían las estrellas y por la ventana entraba una brisa similar a la de la playa. Me llegó una descabellada idea a la mente. Me preguntaba si la contraseña de la caja fuerte del banco seguía siendo la misma, si era así tenía el futuro de mi familia en mis manos.
No podía hacerlo solo, necesitaba quien me ayudase y ese sería mi hijo. Así que fui a contarle mi idea “Logan, estamos pasando por unos tiempos malos, en la nevera solo hay agua, y ya no puedo con la vergüenza de estar pidiéndole compra a tu abuela. He estado pensando y mi única opción es robar el banco”. Me miró con una cara de asombro, y sarcásticamente me contestó “Yo creía que ibas a vender droga”. Luego se sonrió y me dijo “No tenemos nada que perder.” Sabía que podía contar con él, era en quien más confiaba. Decidimos no contarle nada a mi esposa porque se opondría a la idea.
Llegó el gran día, nos encontrábamos fuera del banco, le dije a Logan “Espera afuera en el auto, yo entraré y saldré con el dinero, me montaré en el auto y nos iremos”. De esa manera él no aparecería en las cámaras de seguridad. Sentía como la adrenalina corría por mis venas, mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Comenzamos con la odisea, rompí la puerta principal del banco, a los pocos segundos se escuchó la alarma de seguridad. Tenía pocos minutos antes de que llegara la policía, corrí hacia la caja fuerte e inserte los ocho números. “¡Bingo!”, la bóveda se abrió, entré rápidamente y comencé a llenar los bultos de dinero. Estaba anonadado por la gran cantidad de dinero que recogí, incluso me sentía con poder. Avancé todo lo que pude, me subí al auto y emprendimos nuestra marcha. Teníamos preparado un agujero donde enterraríamos el auto pero por una mala jugada del destino aparecieron los policías antes de lo previsto y tuvimos que dejar el auto en un lugar desolado. Mi amor paternal era demasiado como para ver a mi hijo en la cárcel así que le dije “Vete, no te han visto yo me quedo”. Logan corrió como nunca antes en su vida, podía ver como se alejaba cada vez más. En cuanto a mí, me atraparon y hoy día estoy cumpliendo una larga condena.
Le contesté vagamente “Por un robo, y tu”. Me dijo “Yo, pues por asesinato, me estaba robando un snickers y el dueño de la tienda me lo quería quitar, cogí y lo maté”.
Me acosté temprano porque al siguiente día vendría Logan a visitarme. De pronto durante la noche me desperté al oír un fuerte estruendo, miré por la ventana y pude observar una noche idéntica a la noche que me llego la idea de robar el banco. Me fijé que la celda estaba abierta, salí a observar y había un motín solo se veían golpes por todas partes e incluso gases lacrimógenos de parte de los oficiales. Al voltearme me topé con otro confinado que sin razón alguna me apuñaló. No se detuvo y siguió apuñalándome. Sentí un escalofrió que recorría me cuerpo intente gritar pero no pude solo sentía que se me escapa el alma por la boca. Caí tendido en el piso, y cerré mis ojos. Pensé en como hubiese sido mi vida si la sociedad fuese distinta, libre problemas, todos iguales sin distinción alguna, sino hubiese sido despedido o si tan solo no hubiese amado tanto a mi familia.
Eduardo González

"Un hombre tiene que escoger. En esto reside su fuerza: en el poder de sus decisiones".
-Paulo Coelho.


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